Es curioso que en ocasiones, para aprender, no haya que hacer nada, al menos nada consciente. El simple paso del tiempo afianza conocimientos y nos ayuda a verlo todo con perspectiva.
Hay muchos factores que influyen en la calidad de una obra, y entre ellos quisiera señalar precisamente ese, el tiempo: el que dedicamos a crear una obra llena de ingredientes casi mágicos, muchos de ellos mencionados ya en este blog.
Para empezar, salvo casos excepcionales, preferiría mantenerme al margen de los extremos. No creo que una obra deba tardar en escribirse ni mucho, ni poco tiempo. Solo, digamos, el necesario. ¿Y cuánto es eso?
Hablando desde mi experiencia, el escribir a lo largo de un periodo de tiempo demasiado amplio tiene unas consecuencias importantes en la obra. Para explicarlo mejor voy a servirme de la Catedral de Santa María, ubicada en Vitoria, que muchos de vosotros conoceréis por su lema “abierto por obras”, y también por la propaganda de Ken Follet, quien asegura que sirvió como inspiración para la segunda parte de Pilares de la Tierra.
Ayer estuve visitándola por tercera vez. La primera impresión es que no se parecía en nada a la catedral patas arriba que nos enseñaron hará ya cinco años, ni siquiera a la de mi segunda visita. Me daba la sensación de caminar por mi propia novela, que a lo largo de todos estos años ha mostrado rostros de lo más distintos.
¿Por qué? Pues porque la catedral empezó siendo un pedazo de muralla, y después una iglesia con tejado de madera hasta finalmente convertirse en una catedral con todas las de la ley. Desde luego hoy en día no cumple el propósito que tenía en mente la persona que colocó la primera piedra. Fruto de ello son los numerosos cambios que han tenido lugar tanto en su interior como su exterior.
Evidentemente esos cambios no han sido gratuitos. Los pilares eran demasiado endebles como para soportar el peso de una expansión no prevista… Os aseguro que estremece pasear por el interior de un triforio de muros curvados, o ver cómo un arco apuntado se ha vuelto completamente recto a causa de la presión. Algunas de estas consecuencias tienen remedio, pero no todas, y es que tratar de subsanarlas solo trasladaría el problema a otra zona de la estructura.
¿Significa esto que el remedio es peor que la enfermedad? ¿Que escribir durante un periodo de tiempo demasiado largo, en el que las circunstancias personales del autor y por tanto el carácter de la obra varíen, no nos lleva a ningún lado? ¿Que llegado un cierto punto conviene dejar a la obra apuntalada con sus grietas y muros torcidos?
Supongo que existirán tantas respuestas como autores, pero yo, sin querer alardear de ciudad, os dejo reflexionar sobre el caso de esta catedral de Santa María, cuyos muros son el mejor ejemplo de que hasta los errores más absurdos, fruto del tiempo, pueden servirnos para aprender.
Te haces unas reflexiones muy interesantes.
ResponderEliminarTodo nos enseña y todo nos puede hacer aprender, lo que si veo claro es que la acumulación de conocimientos que da la vida a lo largo de los años, nos hace variar de actitud en todo lo que proyectamos.
Un texto escrito, y que se deja reposar durante un tiempo, cuando se retoma se ve de distinta manera. Quizá los conocimientos que la vida te ha dado durante ese periodo de tiempo sea un factor, y quizá importante.
Por lo tanto lo que expones no solo tiene su lógica, sino que es evidente, y siempre hay que tenerlo presente.
Como siempre tus técnicas literarias son un placer leerlas.
Un saludo
Jesús
Me gustó tu entrada, da que pensar la verdad =)
ResponderEliminarHacía tiempo, también, que no me pasaba por tu blog. Ya tocaba xD
Besotes^^
Hola Jesús:
ResponderEliminarResumes muy bien la esencia del texto. Supongo que quería hacer hincapié en ese factor de perspectiva que a lo mejor pasa desapercibido según el momento vital de cada escritor.
De alguna manera es enriquecedor pero a la vez está el inconveniente de ver el texto de mil maneras distintas. A mí por ejemplo en los últimos tiempos se me ha presentado ese obstáculo, el de terminar, volver al inicio y encontrarse con un panorama totalmente distinto.
Pero bueno, en cualquier caso trato de verlo como algo enriquecedor, ¿no? Aunque no estaría mal una entrada de aire fresco para romper con el ciclo.
Gracias como siempre por pasar, también es un placer leer tus comentarios y ver que por aquí todos seguís con el ánimo de siempre.
¡Abrazos!
Ichi, mea culpa, que he desaparecido durante todo este tiempo ^^
ResponderEliminarSe te debe una visita!!
"lo que si veo claro es que la acumulación de conocimientos que da la vida a lo largo de los años, nos hace variar de actitud en todo lo que proyectamos."
ResponderEliminarEsto dicho por Jesús García es una verdad como un templo, o una catedral en este caso.
Sí, no hay que escribir con prisas, forzar a la mente a trabajar porque al final suprimes su capacidad de inspiración. Tomarse su tiempo hace ver las cosas de otro modo, te da nuevas ideas, incluso a veces te das cuenta de que todo lo escrito lo podrías haber escrito de alguna otra manera. Y dará pereza empezar de nuevo, o rehacer, pero al final la gratitud es mayor por un trabajo bien hecho y el esfuerzo.
También digo que no hay que dormirse en los laureles. Quiero decir, es bueno dejar pasar un tiempo, dejar reposar un proyecto, pero sin olvidarse que está ahí. Hay que trabajar constantemente en él, aunque no sea escribiendo, sino corrigiendo, buscando ideas, nuevas posibilidades...
En definitiva: No hay ni que ir con prisas ni dormirse. Cada uno tiene un ritmo, y lo suyo es escribir cuando uno tiene ganas.
Hola Natalia, después tantos meses paso por tu blog, y todo porque te vi resucitar en Prosadictos.
ResponderEliminarLa vida de un escritor tiene etapas como la de todos. A medida que te enriqueces con experiencias diarias, con pensamientos, conocimientos, tu horizonte se amplía, y lo que te parecía antes obvio, empieza a cambiar. Pueda ser que sea eso. La novela empieza a cobrar matices diferentes que antes no habías captado.
Besos,
Blanca