24 jun 2009

Carta a la niña

"Yo no quise abandonarte, de veras. Sólo consideré que sería mejor para las dos que siguiéramos caminos distintos".
Alina soltó el lapicero con un suspiro. La punta había vuelto a romperse, algo nada extraño, teniendo en cuenta la presión que había ejercido sobre el papel. Su letra, redondeada y de trazos infantiles, había emborronado la cuartilla. Alina frunció el ceño al revisar su escrito. El resultado no era el que ella habría querido, aunque ya se había acostumbrado a experimentar esa sensación. La frustración era una buena amiga suya.
"Cuando leas estas palabras y seas capaz de entenderlas, probablemente tu madurez supere con creces a la mía. No intento justificarme, sé bien lo que digo. Si hago esto es por ti, para que, si decides responder esta carta, lo hagas empuñando una estilográfica, y no un lápiz como el que tengo en la mano. Aunque también es probable que no quieras saber nada de mí".
Después de afilar la punta del lápiz con un cuchillo, Alina logró escribir un par de líneas más. Siguió ejerciendo demasiada presión sobre el papel. Era su propia frustración, que se desvanecía a trompicones al ritmo de su tosca caligrafía. Pronto el grafito se mezcló con sus lágrimas, dando como resultado un batiburrillo negruzco que, hecho una bola, fue a parar al cubo de basura.
Alina había intentado concluir su carta muchas veces. A menudo le parecía una empresa imposible, demasiado dificultosa para una mujer sin estudios como ella. El alfabeto cirílico se confundía entre vocales y consonantes latinas, faltas de ortografía y manchas de café. En ocasiones, un torrente de agua salada se llevaba por delante el trabajo de varios días, sin tener en cuenta su esfuerzo. Alina intentaba restaurar lo que quedaba del documento, pero sus emociones desbordadas dejaban muy poco a lo que aferrarse.
Otras veces, la niña le acribillaba a patadas, que le recordaban con alarmante intensidad su existencia. Los golpes iban a estrellarse contra el borde del escritorio, que rozaba su prominente barriga. Alina aprovechaba esas batallas para alejarse del mueble (un viejo y destartalado tocador, en realidad) y correr un tupido velo a sus sesiones de escritura.
No podía concentrarse cuando la niña se empeñaba en tomarla con ella. Si no fuera por la barrera de piel que les separaba, Alina estaba convencida de que ya habría logrado volcar el escritorio. La niña parecía decidida impedir que concluyera su carta.
"Sé que desde ahí dentro todo parece muy sencillo. No te enfades: antes yo pensaba lo mismo. Cuando crezcas, lo entenderás"
Decidida a no dejarse vencer, Alina había sacado un segundo trozo de papel y retomado la escritura. A falta de algo mejor, había tenido que conformarse con el reverso de un recibo de la luz. Un recibo que nunca había llegado a pagar, de ahí que sombras largas y titilantes se proyectasen sobre el escritorio. La escasa iluminación que le proporcionaba la vela le había obligado a reclinarse y pegar la vista al papel. El borde de la mesa se le clavó en la barriga y la niña le propinó varias patadas en señal de protesta. Ella no era consciente de lo que se les venía encima.

Hacía varios meses que la vida había cambiado radicalmente para Alina. Cuando llegó a España, su novio le garantizó que tendrían un techo donde vivir y un contrato de empleo. Según Dimitri, no tardarían mucho en obtener la nacionalidad y podrían así retomar un sueño que se les había quedado grande en su tierra de origen.
Él llevaba meses viviendo en España, y al parecer no había perdido el tiempo: bajo la promesa de que llevaría a Alina junto a él tan pronto como le fuera posible, prometió trabajar duro para darle lo mejor en cuanto llegara. Y vaya si trabajó duro: en lugar de darle al pico y la pala, se avino en matrimonio con una acaudalada viuda española, amante de lo exótico, a la cual dio el sí quiero por medio de signos. Alina aterrizó en Barajas ajena a todo ello, encantada de reencontrarse con la otra mitad de su naranja. Feliz como estaba, no tuvo dudas en cuanto a la fidelidad de Dimitri. Habían sido bruscamente separados por el cuchillo de la crisis, el anhelo, la necesidad y la superación. Lo que ella ignoraba, era que el preciado fruto de su amor había perdido mucho jugo en el proceso… Y para su desgracia tardaría en descubrirlo.
Se entregó a Dimitri con la misma alegría que al estropajo y las escobas, siempre pendiente de alimentar su cuenta corriente. Las cosas no les iban demasiado bien, pero tenían para seguir tirando. Hasta que Alina se quedó embarazada, la despidieron y Dimitri le presentó a una cincuentona de lo más afable, con el pintalabios desparramado por la cara. En un primer momento, Alina confió en que se tratara de su nueva jefa. Más adelante, identificó el carmín de la susodicha en el cuello de la camisa de Dimitri y comprendió que él había escogido el camino más fácil.
En cuestión de segundos, la niña pasó de ser una bendición a convertirse en un estorbo. Alina paseaba por las calles repartiendo su currículo con la cara empapada de lágrimas, suspendida en una nube de pesadilla. Tardó poco tiempo en reconocer que Dimitri no iba a volver, tan poco tiempo como el que se tomaban para negarle un puesto de trabajo al oír su torpe español; o al arrojar su currículo a la basura al intuir su vientre incipiente por debajo de la camisa.
"Me habría gustado darte lo mejor, pero ni siquiera puedo dármelo a mí misma. Si lo tuviera, te lo pondría delante de la boca aunque yo me muriese de hambre. El caso es que no tengo nada que ofrecerte, ni siquiera unas migas de cariño… Por que ya no siento nada"
Pero sí que sentía, aunque se empeñara en negarlo. Sentía las patadas en su vientre, las lágrimas en sus ojos, la impotencia en su corazón. Sentía también el frío que se filtraba por las rendijas de su apartamento, el hambre de la niña y la angustia ante la incertidumbre. ¿Qué les deparaba el futuro, más lágrimas, más dolor, más hambre? La desesperación de Alina crecía mes a mes, igual que la curvatura de su vientre.
"Sé que eres una niña. Lo supe desde el principio. Me habría gustado que fueras un hombre, para no convertirte en un mero recipiente de vida al que se puede llenar y vaciar a placer, abandonar y despojar de dignidad. Pero serás mujer, y por eso tendremos que separarnos: para que tu camino no siga las sinuosas curvas y obstáculos del mío"
Tal y como se había temido, las soluciones no llovieron del cielo. El pan que la niña debería traer consigo no parecía llegar antes de su nacimiento. Le fue totalmente imposible encontrar empleo. Dimitri había tenido el tacto de dejarle su apartamento, aunque no fue tan caballeroso a la hora de pagar las facturas. Alina se limitaba a esperar con serenidad el momento del desahucio, sin que a su casera le supusiera algún cargo de conciencia dejarla en la calle.
Entonces tomó la decisión.
"Espero que no me odies cuando sepas la verdad. Piensa que fui un puente hasta tu felicidad, hasta la vida que pude y no pude darte. Intenta comprenderme, o de lo contrario jamás podré respirar tranquila."
Alina sintió una punzada de dolor en la espalda. Llevaba todo el día ignorando aquel malestar, aunque no se apaciguaba en la misma medida que el hambre o la frustración, para su desconcierto.
"Estoy segura de que ellos cuidarán bien de ti. No les conozco, pero intuyo que pronto podrás verlos, y ellos a ti…"
Notó un reguero de líquido caliente entre sus piernas y ahogó un grito. Se quedó muy quieta, escuchando el goteo del líquido amniótico. Después llegó el dolor, mucho más fuerte de lo que habría creído… Jamás había esperado sentir algo tan terrible después de que Dimitri se alejara de su vida.
Vida. Eso era lo que tenía entre las piernas. Tuvo que separarlas: al parecer la niña tenía demasiada prisa por vivir. Alina se aferró al lápiz, pujó y jadeó, a la espera de que pasara el tormento. Notaba la presión, la lucha, el mismo ansia que ella había experimentado al tomar un avión rumbo a España. Ella no había terminado en el país de los sueños, al igual que tampoco lo haría la niña, pues nada más nacer daría con sus huesos en el suelo de un sucio cuchitril.
Alina hizo un último esfuerzo y se desplazó a trompicones hasta la cama. Se dejó caer y siguió ejerciendo su función de puente hacia la vida, de contenedor vacío, de víctima. Ignoró los golpes que desde hacía rato sacudían la puerta de su apartamento. El lápiz se convirtió en su compañero de parto, a falta de algo mejor a lo que aferrarse. Alina siguió empujando. Entonces la puerta cedió y el pasillo se llenó de voces alteradas, de palabras que a duras penas pudo entender.
—Te lo advertí… Te advertí que la muchacha daría a luz cualquier día de estos, sola, sin asistencia…
—¿Qué querías, que le regalara el alquiler? ¿Qué la alimentara y por si fuera poco me convirtiera en su comadrona?
—¡Mira, mira como está todo! Pobre muchacha… ¡Si la criatura ya asoma la cabeza!
Un corrillo de vecinas indignadas se abalanzó sobre Alina. El lápiz voló por los aires, le asieron las manos y alguien terminó de rasgar su vestido. Los gritos de la parturienta se convirtieron en un lenguaje universal, más allá de sus plegarias en ruso y de las maldiciones de las españolas. Transcurridos diez minutos, tenía a la niña en el pecho, llorando a moco tendido, consciente por fin de la realidad.
Alina miró por primera vez su carita sonrosada y sintió cómo el milagro de la vida se había transformado en un cuerpecito caliente y diminuto. Echó la mirada hacia el tocador, donde descansaba la carta que por fin había terminado para su hija.
Las vecinas lloraban, le acariciaban y llenaban la estancia de grititos nerviosos. Alina no era capaz de ver más allá de la niña. Tenía un futuro para ella, un futuro lejos de sí.
Le sería imposible olvidar ese momento, sosteniendo a la niña, acariciando su carita… Todo dejó de existir a su alrededor y el tiempo se detuvo.
No paraba de recorrerla con la mirada, no quería olvidar ni un solo detalle de su diminuto cuerpo si es que no iba a volver a verla más. Sus ojos cerrados, la naricita, las pequeñas orejas… Sus manitas, los pies, tan pequeños y tan perfectos…
Alina pensó en cómo sería su vida dentro de un par de años; la imaginó tal y como la había descrito en su carta: dos padres españoles, acaudalados, dándole todo el cariño del mundo, todo lo que la niña merecía y ella no podría darle porque estaba sola.
Pero luego se vio a sí misma, dos años más tarde… ¿qué habría sido de ella?
La respuesta era tan incierta que Alina echó a llorar.
La puerta de la entrada volvió a abrirse. Esta vez eran los servicios de emergencias, que ya llegaban. La corriente se llevó consigo la carta de Alina. La mujer gritó, no se sentía con fuerzas para volver a empezar una nueva. Con algunos aspavientos instó a las vecinas a que fueran en su búsqueda, sin embargo nada pudo hacerse. La carta se perdió de vista y Alina se quedó con la niña en brazos, con la responsabilidad, con el amor, con el futuro. Aquel cuerpecito de tres kilos se convirtió en una tonelada, pero, para su sorpresa, le dio igual. Una madre es una madre ante todas las cosas, y a Alina, afortunadamente, le había tocado ser para siempre la suya.

5 comentarios:

  1. Tan común que ni siquiera nos sorprendemos. Es una historia que se repite cada día, y muchas veces un recién nacido acaba en un contenedor de basura o abandonado de cualquier manera. Aquí, por lo menos, la niña va a tener a su madre. Esperemos que su futuro cambie y las cosas le vayan mejor.

    Un buen relato, que refleja de forma exacta la crueldad de las personas, la necesidad y el dolor.

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  2. ¿No tienes más relatos colgados en el blog? ¿O están en otra categoría? He buscado pero no veo nada :(.

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  3. Pues aquí, no... Estoy en prosofagia con el pseudonimo ray12, y últimamente, a mi pesar, ando poquito por allí, pero si buscas hay algún que otro relato.

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  4. Y... ¡ay! Gracias por leer. Veo que has captado bien la intención del cuento. Una de las cosas más valiosas al escribir es lograr transmitir emociones, ¿verdad?

    A ver si te veo en Prosófagos!!!

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  5. Anda, pues voy a mirar por ahí. Hace un par de días me registré gracias a un post tuyo. He colgado los primeros 4 capítulos de mi relato, más que nada para que me digan en qué fallo, que no quiero seguir escribiendo mal, quiero aprender. Y me han metido un repaso que madre de Dios XD. Pero bueno, debo estar contento por ello^^.

    Llevo cosa de 10 años intentando escribir un "libro", tengo un par de trozos salvados colgados en mi blog, El Ojo de Jade se iba a llamar. Lo abandoné muchísimos años y lo cambié completamente, porque con 15 añitos desde luego no se puede ir tan flipado creyendo que vas a sacar un libro XD. Y hace dos años retomé la intención. Me volví a dar cuenta de lo mismo, pero además vi precisamente eso que dices: que lo más necesario, porque es lo que llega más al lector, es transmitir lo mismo que uno siente cuando se lo imagina. Yo quería transmitir mi Palma ficticia, transmitir la sensación y la fascinación que me causa pensar en ella. Y al leerlo no me lo transmite ni a mí. Así que hasta que no sepa escribir mejor, y saber transmitir las emociones que quiero transmitir, es evidente que no podré abordar algo tan complicado y costoso como una novela.

    Saludos^^. Me registré en Prosófagos como Valls.

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